20/4/08

Puerto Rico, hijos de la madre patria


Sin rastro de eso que llaman síntoma de la clase turista se planta uno en Puerto Rico para disfrutar y sudar a partes iguales. Dicen aquí con coña que tienen la temperatura más fría del mundo, porque para plantar cara al calor exterior los aires acondicionados funcionan a tal potencia dentro de los edificios que, desde luego, hace un frío intenso.

En realidad, Puerto Rico es como otras islas caribeñas, pero a mí me transmite más serenidad y orden. Hace muchos años Ramón Rivas, uno de los mejores jugadores de baloncesto que ha dado la isla y cien veces mejor persona, me contaba que son y se tienen que sentir privilegiados por su situación si se comparan con otras islas cercanas como Cuba, Haití o República Dominicana. Ramón, que jugó muchos años en España, se convirtió en un tío triste y solitario porque le faltaba la sangre de su Puerto Rico, era un campeón muy lejos de casa.

Y aquí es donde por primera y única vez me han dicho que España es la madre patria, que es un orgullo ser hijos de esa madre, ¡cómo no vamos a querer a España, todos procedemos de allá!, dice el bueno de Gus. Hijos de la madre patria como ya en ningún lugar, ni en la Argentina se escucha algo parecido a estas alturas.

Ser estado libre asociado a Estados Unidos desde luego les reporta las ventajas y obligaciones de ser ese estado cincuenta y uno que no acaba de ser, sin dejar de ser el Puerto Rico amable. Aquí viven casi cuatro millones de personas pero en Estados Unidos es difícil de calcular, aunque tampoco existe la necesidad de huir como desde otros lugares, por eso decía Ramón que son privilegiados y por eso hay tantos aires acondicionados. Para qué van a huir, no tiene misterio entrar y salir de Estados Unidos, a menos de tres horas de Miami y sin casi limitaciones.

Hay que tener en cuenta que los meses de nuestro invierno tradicional son en Puerto Rico los más templados, que no fríos, y los paseos y visitas son agradables. El resto del año hace mucho calor, con una temperatura media de 30º y una humedad relativa de casi el 100%, así que es corriente que los no acostumbrados y generosos en carnes sudemos a base de bien y en algún momento estemos un poco apagados. Y en cuanto nos metemos en un local cerrado con el aire acondicionado a toda pastilla el contraste puede derivar en escalofríos, mocos varios y estornudos. No es un inconveniente, ni mucho menos.

De pronto en el horizonte se observa una inmensa cortina gris y en poco tiempo cae una lluvia que no suele durar mucho y en el momento refresca, pero cuando se va y empieza a salir como un vapor sofocante de todas partes conviene encerrarse en un lugar bien fresquito a tomar una cerveza helada, porque de verdad parece que el cerebro se da de sí y quiere salir por el resto del cuerpo en forma de gotas de sudor intratables. Pero es Puerto Rico y tampoco hace más calor que en otros lugares de este mundo. Sin el calor y la amenaza de huracanes durante algunos meses, aunque no tan duros como en otras islas del Caribe, sería como vino sin alcohol. Y no valdría nada sin esas playas numerosas y bellas; ahora, para bellas, sus mujeres. Tremendo, que yo haya visto, puertorriqueñas y venezolanas son las más guapas cuando son guapas. ¡Qué isla!

Cambiando de cuento para apagar ardores, algunos de los mejores jugadores de golf del mundo han diseñado buena parte de los casi treinta campos de juego de la isla. Puerto Rico es la mejor isla caribeña para disfrutar de ese deporte, dicen, porque un servidor nunca lo ha practicado ni piensa hacerlo. Pero sabedor del tirón del golf, creo oportuno contar que hay campos al borde del mar (me pregunto qué pasa si la bolita cae al agua) y en el interior, en complejos hoteleros de lujo. El clima subtropical ayuda a que los campos siempre estén verdes. En alguna parte citan el Hyatt Dorado Beach y el Wyndham El Conquistador como los mejores complejos con campos de golf.

El Viejo San Juan

Puerto Rico es la menor en extensión de las Antillas Mayores. Vivió el inicio de la colonización española allá por 1493. La llamada área metropolitana muestra hoy esa armonía bien entendida entre su parte histórica y la modernidad importada de Estados Unidos. Pero ese Viejo San Juan tan ameno y bullicioso es puro estilo colonial, un casco antiguo declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO por una sapientísima restauración que hoy lo muestra perfecto.

Calles estrechas y empinadas, de casas profundas y balcones de hierro forjado. Y adoquines azules, sí, traídos por los españoles, el empedrado aún subsiste y el que no lo ha conseguido ha sido restaurado: con los años los adoquines han adquirido un color azul de tiempo y humedad, azul de verdad.

Cerrando la bahía, lo que hoy forma el casco viejo era el mejor lugar para situar un bastión militar, la fortaleza de San Felipe del Morro, poderosa en su denominación desde lo alto, con sus muros mil veces golpeados y, a veces, expugnables. Sucesivamente reconstruido, se eleva hasta 45 metros y su interior es un digno laberinto, incluidos calabozos, túneles y pasajes secretos. Y la Puerta de San Juan, de infranqueables hojas de madera, que servía para cerrar el paso a invasores.

A escasa distancia se encuentra La Fortaleza –también Palacio de Santa Catalina–, residencia oficial del gobernador durante siglos, edificada hacia 1540 sobre la parte baja de una colina como primero de la serie de edificios de protección. Pronto dejó de servir como fuerte militar y se pregunta el visitante ante la verja que la separa apenas unos metros de las calles por qué pasó a ser residencia del gobernador: por las mejores vistas que dominan el puerto de San Juan, porque también es Patrimonio de la Humanidad, por sus jardines y sus muros blancos y columnas, y su fachada pintada entre lila y azul claro. Y dentro exhibe un despliegue de cuidadas salas –alguna demasiado recargada– donde el gobernador, ahora Aníbal Acevedo, recibe a los chicos de la prensa. Los asuntos serios de la isla se tratan en El Capitolio, donde se muestra el Acta de la Constitución de Puerto Rico de 1952.

Cuatrocientos años de soberanía española acabaron con los taínos, los que gobernaban la isla antes de la llegada y de los que se cree que no queda ni un solo descendiente. Queda el recuerdo en los libros y en dibujos bien archivados; también hay recuerdos de un Pau Casals maestro que dejó un gran legado a sus amados puertorriqueños –se puede visitar su museo–, y la maravillosa Catedral, un ejemplar de arquitectura de rara belleza en pleno Caribe donde se guardan los restos de Juan Ponce de León, y una memorable escalera circular. Justo enfrente se asienta el Hotel El Convento, con un excepcional restaurante, que en el XVII fue convento carmelita.

Algo apartadas del centro aparecen las zonas hoteleras y turísticas de Condado e Isla Verde, ésta con la inmensa playa Blue Flag. Son las áreas de casinos, centros comerciales, restaurantes y locales nocturnos. También cerca de San Juan están las localidades de Bayamón, Río Piedras, Cataño y Carolina –aquí está el aeropuerto Luis Muñoz Marín–.

El Yunque y la zona este

Muy cerca de Río Grandes se distribuye el Parque Nacional de El Yunque, un auténtico bosque tropical también conocido por Bosque Nacional del Caribe o, a secas, el Yunque. Hasta la cascada de La Mina o de La Coca, los senderos discurren por barrancos, helechos y multitud de flores. También de fauna autóctona: el símbolo de Puerto Rico, la ranita coquí.

Una tarjetita de propaganda que regalan con una minúscula coquí de una pulgada de largo (ni idea de cuánto es eso pero equivale a la yema de un dedo, para aclararnos), de piel suave y casi transparente que cambia de color. Cuentan de ella que “su nombre se deriva del sonido de su melodiosa canción, que arrulla a niños y adultos en los campos de Puerto Rico”. Y su canto es aún más bello después de la lluvia.

Un poco más al este se sitúa Fajardo, uno de los lugares habituales como puerto deportivo y conocido por los mariscos frescos de sus restaurantes. La playa de Seven Seas es una de las más fotografiadas por su arena blanca y palmerales, y pegado a ésta la reserva natural con el faro del siglo XIX aún en funcionamiento.

Aquí no se encuentra la poesía perdida antes de venir, pero disfrutar de la soledad en compañía merece unos días. A sólo una decena de kilómetros de Fajardo surge Vieques, conocida a su pesar por la presencia de la Marina estadounidense. No tiene nada que ver esa presencia con la realidad de que hace siglos fue escondrijo de piratas, quienes seguro que vieron ya en el XVII la Bahía Bioluminiscente, una reserva muy protegida en la actualidad que se visita en paseo nocturno. Y al norte de Vieques la otra isla famosa, Culebra, también refugio de piratas y base naval norteamericana. Buceadores se recrean con sus corales y peces –y tortugas–, y paseantes con paisajes y playas.

Por fin, Ponce

La segunda ciudad en importancia y población de la isla es bien conocida por señorial, algo independiente del resto, con una cuidada fisonomía que se llena de ponceños a última hora de la tarde, una tradición de disfrute de la ciudad, de su Plaza de las Delicias y de su prosperidad. Cuna del ron Don Q, su riqueza secular gracias al comercio y a la agricultura hizo de Ponce en el siglo XIX una rica población que se tradujo en elegantes edificios y en la vida cultural, con hasta dos mil edificios históricos que continúan en pie.

Ponce es modelo de arquitectura y de labores de rehabilitación en la zona monumental, con todos los estilos en sus edificios civiles. Partiendo de la Plaza de las Delicias, el auténtico centro de la ciudad, el Museo de Bombas –guarda un pequeño parque de bomberos, de ahí lo de bombas– es una de las referencias por su colorido pabellón de madera. Justo detrás está la Catedral de la Guadalupe, levantada hacia 1830 pero reconstruida un siglo más tarde tras acumular daños por temblores de tierra.

Una de las visitas más recomendadas es al Museo de Arte por la que se considera la mejor colección de arte europeo de todo el Caribe y de artistas puertorriqueños, con más de un millar de pinturas. El edificio en el que se ubica fue encargado a Edward Durrell, arquitecto del MOMA de Nueva York. La otra es al Castillo Serrallés, la mejor exposición de la arquitectura y la tradición de Ponce. Una mansión levantada por terratenientes, los fundadores del mejor ron de la isla, refleja una mezcla de posrenacimiento inspirado en el arte árabe español pero con dimensiones desproporcionadas.

A través de las salas y alcobas del castillo se aventura el viajero en el puro ambiente colonial que ha marcado la tradición de la señorial Ponce, de una parte de la historia de la privilegiada isla que nunca será virulenta, ronca ni inquietante. Ni Manchuria ni Myanmar, Puerto Rico es tan dispar como cercano, querido por siempre por ser hijos de una madre patria en cuarentena.

‘A las rocas’

Don Q, Barrilito y Bacardí son los tres rones fabricados en Puerto Rico. Aquí se toman ‘a las rocas’, es decir, con hielo, para mitigar por las noches el calor húmedo que invita a un baño en ese mar caribeño de agua templada. Después de una cena en restaurantes soberbios, como El Covento, es cuando el ron ‘a las rocas’ entra mejor, y si se nos va la mano podemos acabar cantando el bello himno de Puerto Rico, ‘La Borinqueña’: “La tierra de Borinquen donde he nacido yo es un jardín florido de mágico primor. Un cielo siempre nítido le sirve de dosel y dan arrullos plácidos las olas a sus pies. Cuando a sus playas llegó Colón exclamó lleno de admiración ¡Oh!, ¡Oh!, ¡Oh!, esta es la linda tierra que busco yo. Es Borinquen la hija, la hija del mar y el sol, del mar y el sol, del mar y el sol, del mar y el sol, del mar y el sol”.

Himnos y abrazos aparte, en cualquier lugar se puede degustar la comida local y casi toda la cocina internacional, magníficamente fusionada. La mejor comida criolla se sirve en la treintena de mesones –con su certificado de calidad– repartidos por toda la isla. Es una mezcla de las influencias taínas, españolas y africanas, que conjuga frutas y vegetales, arroz, carne y aves y, por supuesto, mariscos. Los nombres de los platos son tan cantarines como mofongo, tostones, surullos, alcapurrias o asopao.

Direcciones
Oficina de Turismo de Puerto Rico en España
C/ Serrano, 1. 2º izq. 28001 Madrid
Tf: 91 431 21 38
http://www.gotopuertorico.com/

(Autor: Guillermo Piernavieja
Reportaje publicado en Cruza la Línea)

18/4/08

Risotto con setas

Un buen risotto, además de ser excelente si está bien hecho -o detestable si queda hecho una plasta-, apaña una comida el típico día que alguien nos llama para decir que si le invitamos y nos descoloca porque tenemos pocas cosas en la nevera. Y es un plato muy sencillo de elaborar, no tiene mucho misterio: sólo consiste en tener paciencia y un poquito de dedicación para que quede meloso. Qué bonito, para que quede tan meloso como yo cuando veo una película romántica que termina en boda o noviazgo.

Lo bueno del arroz es que en sus múltiples versiones acepta casi de todo, y llena. A mi mujer y a mi madre les gusta mucho, pero a mi suegra le encanta y cada vez que va a Italia sería capaz de tomarlo en cada comida. Para beber yo aconsejo un vino blanco, pero incluso dentro de los blancos una mala elección puede ser definitiva para cargarse tanto vino como arroz. Lo he probado en Italia acompañándolo con cerveza y no le va mal, si es suave y está muy fresquita. Pero si hacemos un risotto con setas, yo lo tomaría con un blanco de Rueda porque la uva verdejo realza el espíritu y cualquier plato. También le iría a la perfección, por ejemplo, un Viñas del Vero por su sabor largo e intenso. Si el risotto lo cocinamos con sepia, pulpitos, algún marisco o pescado, un Terras Gauda o un Pazo de Señorans o un Ribeiro casarían con mucha naturalidad.

Por cierto, las setas mejor que sean de tamaño medio. Recomiendo no utilizar champiñones ni setas de cardo porque no aportan nada; tampoco fredolics porque son muy pequeñitas. Lo dicho, unas setas medianitas variadas le irán divinamente. Y en cuanto al arroz, el bomba no va mal pero hay que tener mucho cuidado porque absorbe demasiada agua, lo he comprobado hace unos días. Un arroz del que llaman normal es perfecto, pero nunca basmati, integral ni experimentos varios porque podemos cargarnos el plato.

Hace poco leí que unos periodistas que se entrevistaron con Francisco Ayala le invitaron a comer a un restaurante italiano. Ayala, con un par, llamó al camarero para que urgentemente les trajera una botella de vino y luego pidió un risotto. Si a sus más de cien años puede hacerle frente a un plato así, nosotros también podemos tener esa actitud frente a la vida.

Ingredientes (4 personas)

350 gramos arroz
150 gramos de setas medianas
Queso parmesano
Una cucharada y media de mantequilla (o aceite, si se prefiere)
Una cebolla mediana
Un poquito de sal
Unos 2 litros de caldo
Un diente de ajo (si se quiere)
Un buen vaso de vino blanco

Elaboración

Uno de los secretos de los arroces es el caldo que se utilice, así que para hacer nuestro risotto con setas antes debemos tener uno con sustancia, de verduras o de ave, por ejemplo. Y mejor tener a mano unos dos litros porque el arroz hay que regarlo poco a poco.

Lo primero es poner en una cazuela bien amplia la mantequilla y derretirla para hacer en ella la cebolla despacio, hasta que quede transparente y siempre sin que se queme. También se le puede añadir un diente de ajo picado muy fino, pero es opcional.

Una vez tenemos la cebolla pochada se sube el fuego y se agregan las setas; cuando están casi hechas se añade el arroz y se remueve durante unos minutos para que se tueste pero con mucho cuidado para que no se queme y, por tanto, para que no se pegue al fondo. Se añade vino y se deja evaporar –seguimos removiendo-, e inmediatamente se cubre con el caldo. Lo mejor es dejar que el arroz se haga a fuego medio-bajo y dándole vueltas sin miedo, porque al contrario que la paella, el risotto hay que removerlo a base de bien. Y que no hierva, pero sobre todo que nunca se quede sin líquido porque estamos perdidos. Dependiendo del arroz que utilicemos tardará unos veinte minutos, o más si removemos casi sin parar. Se prueba entonces qué tal está de sal y el punto del arroz, que nos tiene que quedar al dente. Antes de que esté hecho se añade el queso parmesano rallado o picado finito, yo diría que un taco de un par de dedos es suficiente. Se sigue dando vueltas y notaremos cómo ha espesado.

Cuando el arroz esté al dente se separa del fuego y se deja reposar sólo un par de minutos, porque si lo dejamos más se seca y se convierte en una plasta empalagosa, insufrible. Recordad que es muy fácil y con unos pocos pasos: rehogar, regar, remover y disfrutar.

Bodega Estancia Piedra


Hace ya dos décadas que las cosas cambiaron en Toro. Los vinos duros, ásperos, elaborados a la antigua con muy poco tacto, empezaron a pasar a la historia. Coincidiendo con el inicio del conocimiento del vino por el público, los bodegueros se dieron cuenta de que tenían que modernizarse y tratar el producto con un toque de arte porque las demás zonas vitivinícolas les cobraban una gran ventaja. Y porque sus vinos eran malos, en eso no hay duda.

La mejora es ya patente en vinos tan excelentes como el Numantia, de un pueblecito muy cercano a la ciudad de Toro, pero hay otras bodegas que han surgido en estos años aprovechando viñedos centenarios donde el consumo del vino se quedaba desde siempre en casa del agricultor. Es el caso de Estancia Piedra, que ha aprovechado las tierras de toda la vida para ir creando caldos que mejoran de cosecha en cosecha.

El sueño de un tal Stein

Grant Stein tiene un curioso sendero personal, pero baste con decir que es un británico enamorado del vino y de España que ha recorrido el mundo en busca del lugar ideal para su sueño. Lo encontró en 1998 en las tierras cercanas al Duero, a muy pocos kilómetros de Toro, el viñedo con el que quería elaborar su propio vino. Construyó la bodega y dio vida a un viejo viñedo en una de las laderas de estas tierras que antes protegían miles de árboles, muy cerca de lo que hace décadas fue el río Guareña.

Son parajes muy calurosos en verano y muy fríos en invierno, y tierras con condiciones para ofrecer una buena calidad.

Aprovecha las cepas del Pago de Paredinas y las del Pago de Bocarraje, éstas de unos cuarenta años. La vendimia, por tanto, tiene que ser manual, y acto seguido comienza el proceso en instalaciones dotadas de alta tecnología y un severo control de calidad, con el que Estancia Piedra es capaz de desechar tanto la uva como el caldo que no alcanza su listón.

Stein es un magnífico conocedor de la importancia de un proceso completo y por eso lo ha impregnado a todo su sueño toresano. Se decidió por esa zona de Zamora por muchos motivos, entre ellos el gran potencial de expansión de la Denominación de Origen Toro y de la uva autóctona, la variedad Tinta de Toro.

Sus vinos son todos muy logrados, hasta los blancos de uva verdejo. Entre los distintos destacan el Paredinas 2001, de muy escasa producción; el Crianza 2002, bastante elegante; Azul 2006, sin crianza en barrica, que ofrece toda la fuerza de Tinta de Toro; Lagarona 2001, interesante mezcla de la uva autóctona con la Garnacha; y el Selección 2000, de gran personalidad.

Estancia Piedra
Carretera Toro-Salamanca, kilómetro 5.
49800 Toro (Zamora)
Tf: 980 693 900
http://www.estanciapiedra.com/
info@estanciapiedra.com

(Autor: Guillermo Piernavieja
Reportaje publicado en Cruza la Línea)

La cebolla como principio

La tabla bien limpia. El cuchillo 3 Claveles, por supuesto, perfectamente afilado. Y la cebolla, claro, durita y jugosa, de tamaño regular, lista para ser cortada y empezar a desprender sus sorprendentes y puñeteras propiedades. Para hacer llorar antes y, si lo conseguimos, una vez elaborado el plato que nuestra cebolla ha de beneficiar.

La cebolla viene a ser el principio de mi cocina particular porque es siempre presagio -salvo metedura de pata- de una maravillosa comida. Por eso la primera entrada del blog tenía que ser, sin duda, un brevísimo homenaje a la cebolla y a mi querido Neruda, al poema que escribió de bien jovencito. Ahí va:

ODA A LA CEBOLLA
Pablo Neruda (Odas elementales)


Cebolla,
luminosa redoma,
pétalo a pétalo
se formó tu hermosura,
escamas de cristal te acrecentaron
y en el secreto de la tierra oscura
se redondeó tu vientre de rocío.
Bajo la tierra
fue el milagro
y cuando apareció
tu torpe tallo verde,
y nacieron
tus hojas como espadas en el huerto,
la tierra acumuló su poderío
mostrando tu desnuda transparencia,
y como en Afrodita el mar remoto
duplicó la magnolia
levantando sus senos,
la tierra
así te hizo,
cebolla,
clara como un planeta,
y destinada
a relucir,
constelación constante,
redonda rosa de agua,
sobre
la mesa
de las pobres gentes.

Generosa
deshaces
tu globo de frescura
en la consumación
ferviente de la olla,
y el jirón de cristal
al calor encendido del aceite
se transforma en rizada pluma de oro.
También recordaré como fecunda
tu influencia el amor de la ensalada,
y parece que el cielo contribuye
dándote fina forma de granizo
a celebrar tu claridad picada
sobre los hemisferios de un tomate.
Pero al alcance
de las manos del pueblo,
regada con aceite,
espolvoreada
con un poco de sal,
matas el hambre
del jornalero en el duro camino.

Estrella de los pobres,
hada madrina
envuelta
en delicado
papel, sales del suelo,
eterna, intacta, pura
como semilla de astro,
y al cortarte
el cuchillo en la cocina
sube la única lágrima
sin pena.
Nos hiciste llorar sin afligirnos.
Yo cuanto existe celebré, cebolla,
pero para mí eres
más hermosa que un ave
de plumas cegadoras,
eres para mis ojos
globo celeste, copa de platino,
baile inmóvil
de anémona nevada

y vive la fragancia de la tierra
en tu naturaleza cristalina.