Ayer obtuve mucho placer: mi madre hizo un cocido de saltarse las lágrimas, de los de antes. Esa sopita con sabor auténtico y todo lo demás: su chorizo, tocino, morcillo, huesos de codillo, garbanzos... con un Estancia Piedra etiqueta roja de 2003. Repetí dos veces. Mi colesterol (malo) y otros clubes en los que estoy a punto de ingresar lo agradecieron, pero que me quiten lo bailao, la comida es lo primero en esta vida, porque mal alimentado (o cebado) no vale la pena.
Mi madre, contenta por verme disfrutar; mi mujer, un poco preocupada por verme ingerir en ese plan; y mi gatita, sin entender por qué ese tío regordete no se mueve. Y yo, cojonudo.
Después de un cocido como el de ayer veo a la gente más alta, más rubia y más guapa, incluso a mí mismo. ¡Gracias madre!
Por cierto que también el sábado comí P.M.: mi suegra hizo un marmitako como hacía tiempo que no había tomado. Así que hoy lunes me noto unas redondeces y abultamientos que no me explico de dónde salen.
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